lunes, 16 de junio de 2008

Capítulo 3

Los alumnos dieron por acabada la clase al sonar los dos pitidos y empezaron a recoger. Duna los imitó guardando sus cosas en su mochila, dispuesta a hablar con él, pero
cuando alzó su mirada para localizarlo se encontró con la puerta cerrándose. ¡Mierda, se había ido! Corrió hacia la puerta y miró a un lado y otro del pasillo para intentar localizarlo. Lo vio ya hacia el final del gran pasillo, dispuesto a bajar las escaleras. Logró alcanzarlo, al fin, cuando ya había bajado más de la mitad.

Le llamó por su nombre y, cuando éste respondió, se presentó como su alumna de la clase anterior. También le confesó que era la motorista que esa mañana casi lo había atropellado. Se disculpó por aquel hecho, comentando que se sentía algo mal por su conducción indebida, invitándole a tomar algo como compensación. Lástima que no aceptara y se marchara casi como huyendo. Duna encogió sus hombros algo sorprendida por el carácter tan esquivo de aquel hombre. Se preguntó por la mutación, aquella fuerza tan inhumana que había logrado levantar su moto como si de una pluma se tratara. Le gustaba conocer a nuevos mutantes, poder compartir las vivencias para poder aprender un poco más como moverse en aquella sociedad tan fragmentada.

Por una parte estaban los humanos. Muchos de ellos temían a los seres llamados mutantes, viéndolos como una gran amenaza para su existencia y como consecuencia estaban poco dispuestos a llegar a un acuerdo con ellos. Des de hacía más de dos décadas se habían dedicado a aprobar leyes contra los mutantes, vetando su libertad individual.

Por otra parte, estaban los dos importantes grupos relacionados con los mutantes. El primero eran los llamados “Libertad Mutante”, grupo integrado únicamente por mutantes, que tomaba a los humanos como seres inferiores que debían trabajar para ellos o morir. Veían deshonroso que los mutantes se relacionaran con los humanos, así que muchas de sus víctimas eran los familiares humanos de mutantes.

El otro grupo era la antítesis de Libertad Mutante, banda llamada Los Protectores y que estaba integrada por mutantes y humanos con el fin de eliminar a “LM”. Sus víctimas eran únicamente integrantes de la banda opuesta, eliminando también las empresas que dedicaban sus fondos al terrorismo mediante juicios eternos que a veces de poco servían.

Duna se dirigió hacia la siguiente clase mientras meditaba sobre todo aquello. Se preguntaba cómo todo se había complicado tanto, con lo fácil que sería vivir conjuntamente… Pero la corrupción y la codicia llegaban antes a las manos de los mutantes con poderes de control sobre los demás. Quizá era comprensible el miedo de los humanos y el odio de los Protectores.


Las dos clases siguientes de le antojaron demasiado pesadas y aburridas. Tenía ganas de ir ya hacia el polideportivo y entrenar. Le ayudaba a olvidarse de todo, era como un descanso para su mente, ya que inhibía su poder a cero. El gimnasio no estaba demasiado lejos de su facultad. Debía atravesar unos jardines y tras una explanada con algo de pendiente se escondía un edificio antiguo y grande el cual albergaba muchas actividades para los universitarios. Entró dirigiéndose directa hacia los vestuarios, donde encontró a Chris, la persona a la que podía llamar amiga. Se conocieron en la cola de matriculación del primer año y luego coincidieron en las clases de esgrima. Se saludaron con una sonrisa y hablaron de temas banales mientras se cambiaban.Chris era la estrella del gimnasio, ya que había ganado los dos últimos torneos inter-universitarios y estatales, pero Duna no se quedaba atrás. En cada entrenamiento lo daban todo ambas, pues en el fondo eran igual de competitivas y Chris pocas veces conseguía ganar a Duna, acostumbrando a quedar empatadas. Aquel día tampoco fue diferente.

Siguieron la clase junto a sus otras compañeras: resistencia física, flexibilidad, refuerzo de algunos movimientos concretos… Pero lo que más disfrutaban las muchachas era con los ensayos de combate. Duna empezó esgrima cuando tenía seis años y no se le daba nada mal, pero pronto entendió que con sus poderes siempre la tacharían de tramposa. Por esa razón, se negaba cada vez que la inducían a inscribirse a un campeonato o torneo.Chris no podía entender el porqué de la negación de Duna y algunas veces le demostraba su descontento usando un tono algo distante, pero Duna no se enfadaba, puesto que en el fondo la culpa era de ella al decidir no explicar su verdadera condición.

Tras un par de combates, Chris se sacó el casco y puso sus brazos en jarras mirando a Duna mientras recobraba el aliento. Habían vuelto a empatar, tocándose el pecho la una a la otra con la punta de su florete. Duna bajó su arma e imitó a su rival, agradeciendo el aire fresco en su cara.

- Ojalá algún día decidieras venir conmigo. Me agradaría vernos en la final – suspiró la muchacha emprendiendo el camino hacia los vestuarios. Duna sólo supo que responder con una sonrisa ambigua acompañándola. Se ducharon con agua suficientemente fría para relajar sus músculos mientras el habitual canturreo de Chris llenaba las duchas junto al chapoteo del agua.

Se despidieron comentando que esa misma tarde Duna tenía una reunión importante en el trabajo. Se dirigió hacia su moto con paso tranquilo, dejando que la brisa acariciara su melena y la fuera secando poco a poco. Dejó caer su mochila al lado de las ruedas de su vehículo, arrodillándose para observar las ralladuras. Le sabía fatal haberla dañado para esconder sus poderes, pero se había prometido ocultarlo por lo menos en la Universidad. Colocó la funda de su florete entre su espalda y la mochila, se subió a la moto, arrancó y se marchó.

Se dirigió hacia la zona más comercial de la ciudad, bastante cerca del edificio donde se había levantado aquella mañana. Tenía hambre, pero no dudaba que Anthony Brunth la invitaría en cualquiera parada de comida rápida.

Aparcó la moto donde pudo, atando el florete en ella y esperando que nadie se le ocurriera robárselo. Anthony estaba apoyado en una farola mientras leía el periódico del día des de su ordenador portátil, un objeto negro y bastante pequeño que podía hacer casi cualquier cosa. Su flequillo caía sobre sus ojos verdes, cosa que le impidió ver la llegada de la chica. Como de costumbre, iba ataviado con un traje y una corbata perfectamente conjuntados, con zapatos finos y lustrosos. Duna le cogió la punta de la corbata y tiró suavemente de ella, llamando la atención del hombre.

- Uhm... No he comido, pero me han dicho que a dos esquinas hay un carrito que hace delicias – dijo Duna sonriendo agradable y señalando en una dirección con su dedo índice. Anthony sonrió y aceptó la propuesta encaminándose junto a la muchacha en la dirección señalada.

Tenían una entrevista con el representante de una importante empresa de nano-tecnología. La empresa para la que trabajaban tanto Anthony como Duna, una empresa de telecomunicaciones llamada Comunicaciones Internacionales, solía interesarse por la nano-tecnología y les había ofrecido un producto nuevo y pionero en el mercado. Si les impresionaba, Comunicaciones Internacionales pagaría una suma de dinero más que considerable.

Tras comer y tomar un café en una cafetería pequeña y ajetreada, pero acogedora, entraron en el inmenso edificio y se dirigieron hacia la recepción. Se presentaron e identificaron, procedimiento muy normal para que les dieran unas pequeñas identificaciones y les indicaran como llegar a la sala de reuniones. Anthony se le daba muy bien hablar en público. Era bastante guapo y se conservaba muy bien, pareciendo bastante más joven de lo que en realidad era. Quizá la recepcionista pensó que el hombre tenía sobre unos 28 años, cuando en verdad tenía 35.

Ambos caminaron hacia el ascensor, apretaron el botón y esperaron pacientemente que llegara. Ninguno de los dos parecía nervioso y desprendían un aire de compenetración. Ya hacía más de tres años que Duna acompañaba a Anthony a reuniones importantes. Subieron en el ascensor, lugar donde había un par de personas más que seguramente subían del aparcamiento. Duna apretó el botón de la planta número 20, para luego apoyarse en una de las paredes. Su mirada se clavó primero en la mochila y luego en el dragón. Puso cara de desconcierto, pues no se esperaba aquella situación. Sus ojos buscaron los de él y sonriéndole de manera misteriosa comentó con voz divertida:

- No me esperaba este encuentro. Parece ser que... Llamémoslo destino, o casualidad, o lo que sea, es tan caprichoso que vuelve a entrelazar nuestros caminos – para después encogerse ligeramente de hombros, sin desviar su mirada de la del hombre ni un solo instante.

sábado, 23 de febrero de 2008

Capítulo 2


Bip, Bip, Bip, Bip…


Ese sonido… ¡El despertador!


Mario se levantó de la cama de un salto y recogió los pantalones que había dejado tirados en el suelo la noche anterior. Se los puso, abrió el armario y seleccionó una camisa de franela a cuadros, y mientras se la abrochaba, se lavaba los dientes. Tenía un ligero dolor de cabeza y el guante de su mano izquierda se veía muy sucio, por lo que decidió cambiárselo. Al abrir el cajón cual fue su sorpresa cuando no halló más que uno limpio ¿Dónde estarían los guantes? Paseo la vista por la alborotada habitación y los localizó todos amontonados detrás de la puerta. Se puso el guante limpio, recogió de inmediato los sucios y los puso a lavar.

Tras cogerse el cabello en una coleta floja pasó por la cocina a prepararse unos cereales para desayunar, pero cuando iba a verter la leche en el tazón ya cargado de cereales, el reloj de cuco anunció la hora. Tal cual dejó la leche sobre el mármol de la cocina, cogió su maletín, le acopló la mochila, agarró el casco y la chaqueta y salió disparado por la puerta. Ya sentado sobre la moto, mientras se enfundaba los guantes, le vino a la mente como demonios había acabado él, un científico dedicado a la nano-tecnología, ayudando en una clase de sociología. La respuesta era obvia; el profesor de esa clase era un buen colega y amigo que sabía pagar sus cervezas, así que cuando le pidió ayuda no se pudo negar.

El sol estaba más radiante que los últimos días y sus rayos parecían ofrecer algo más que mero calor. Hoy parecía que iba a hacer lo que el resto de gente llamaba buen día. Se puso las gafas de sol y accionó el mando del parking, hizo rugir la moto y salió encaminado hacia el centro de esa gran ciudad llamada Draria. Montones de tráfico por doquier, todas las calles estaban atestadas de coches lo que le hacía seguir un ritmo bastante lento ya que nunca le había gustado ir serpenteando entre los coches. La diferencia era de unos escasos minutos, pero las consecuencias podían ser catastróficas. En eso estaba pensando cuando la mano se le quedó agarrotada con el embrague apretado. Reducción acelerada de marchas hasta llegar al punto muerto y a partir de ahí ir frenando paulatinamente y apartándose del tráfico con sumo cuidado. Antes siquiera de poder mirar donde apartarse, por los retrovisores vislumbró una mancha oscura que se le echaba encima a gran velocidad. Hizo un gesto rápido para apartarse y una moto pasó por su lado resbalando sobre el asfalto con un chirrido ensordecedor. La mano izquierda le palpitaba de sobremanera mientras aparcaba su moto y se acercaba al conductor que se iba incorporando y sentándose en el suelo. Le preguntó si estaba bien y al responderle afirmativamente, se dirigió a retirar la moto caída del medio de la calzada para que no entorpeciese el tráfico. Casi sin darse cuenta levantó la moto en volandas cuando cayó en la cuenta del montón de curiosos que se habían congregado alrededor del accidente y de lo estúpido de su actuación… El otro conductor, que parecía una chica, le pidió disculpas amablemente por su propia conducción temeraria, a lo que Mario respondió con otra disculpa aludiendo también por su propia manera de conducir y porque tenía prisa y debía marcharse. Ahora ya sí tenía prisa, mucha prisa, con lo tocaba apretar el acelerador un poquito más de lo habitual y hacer las odiadas eses entre los coches.

Llegó tarde y sólo tuvo tiempo de dejar el casco y la chaqueta en el despacho del Profesor Pucstar. Los alumnos estaban esperando y al entrar él en el aula se hizo el silencio. Se puso tras la mesa, dejó el maletín y la mochila sobre ésta, dio los buenos días y empezó a escribir su nombre en la pizarra mientras en voz alta se iba presentando. Cuando terminaba de escribir su apellido entró una chica con ojos claros y larga cabellera negra con la mirada un tanto nerviosa. Llegaba tarde, pero ese no era el motivo de esa mirada, era como si algo le hubiese sucedido antes de llegar. No le dio más importancia y la invitó a pasar y sentarse en alguna silla vacía, que por desgracia eran las más numerosas.

La clase transcurría con total normalidad, pero el Profesor no aparecía. Mario empezó a preocuparse y su mente empezó a tejer absurdidades de todos los tipos sobre lo que le podía haber sucedido. Puso un ejercicio para llegar al final de la clase y se sentó sumido en sus pensamientos.

Duna, tras unos minutos de fijarse, notó algo familiar en la persona que estaba impartiendo clase en el puesto del Profesor Pucstar. Le observó entonces con mucho más detenimiento: moreno, pelo largo recogido en una alta coleta sin trazas de gomina o laca, una perilla donde se apreciaban algunas canas, más bajito que la media y de constitución rechoncha. Utilizaba un lenguaje quizá un poco demasiado técnico. Duna anotó el ejercicio para realizarlo y vio como el Sr. Salwinnie se sentaba meditabundo tras el escritorio cuando por casualidad se percató que la mano izquierda la tenía cubierta por un guante; era del mismo tono que su piel con tal exactitud que rondaba lo suprareal, pero ahí estaba la pequeña cremallera que lo ajustaba a su muñeca. Un detalle curioso. Más intrigada que antes se dedicó a examinar los enseres que tenía sobre la mesa. Una mochila de diseño extraño, un maletín con unos anclajes desconocidos, unos guantes de motorista… ¡¡Era él!!

El color verde de los guantes, el símbolo con forma de dragón en la mochila, el mismo símbolo en las gafas de sol… Ahora recordaba haber visto una moto verde y amarilla aparcada donde ella siempre dejaba la suya… Así que éste era el tipo que la había ayudado y había salido disparado en el accidente y ni tan siquiera se había quitado el casco.


Mario notó como los pelos de la nuca se le erizaban y levantó la vista para encontrarse con la mirada escrutadora de la chica que había llegado tarde. Cuando se levantaba para dirigirse a ella, sonó su teléfono móvil y el pitido de final de clase. Era el Profesor Pucstar que le pedía disculpas y le agradecía que hubiese acudido a hacer clase…

lunes, 4 de febrero de 2008

Capítulo 1

La televisión se encendió de golpe, llenando la habitación con la voz monótona del telediario mientras el gran ventanal, que ocupaba gran parte de la pared, volvió a dejar pasar la tenue luz solar de la mañana. Duna gruñó moviéndose lentamente encima de la cama, levantándose finalmente a regañadientes. Iba completamente desnuda y no cubrió su cuerpo cuando oyó que la puerta de la gran habitación se abría.

Regina llevaba una bandeja con dos vasos de café con leche, tostadas con mantequilla y mermelada y un bocadillo de pan tierno envuelto. Duna sonrió al verla y se encaminó hacia el ventanal, observando la gran vista que ofrecía, pues estaban en uno de los edificios más altos de la ciudad. Sin duda, Draria era realmente una ciudad espléndida. Vivían más de ocho millones de personas y su diversidad étnica era un factor siempre constante, a parte, claro, del gran nivel tecnológico de la ciudad.

La habitación hacía la función de dormitorio y sala de estar, recordando a un apartamento tipo loft. Los muebles estaban construidos con madera oscura de muy buena calidad y había elementos decorativos muy modernos y bien distribuidos. Duna siempre decía que aquel lugar parecía una habitación de exposición de una tienda de muebles. Había dos puertas, una que daba a un gran baño muy lujoso, mientras que la otra daba al despacho del director de la gran empresa de telecomunicaciones que ocupaba casi todos los ochenta pisos del edificio.

Duna se vistió con rapidez y ambas muchachas desayunaron mientras escuchaban las noticias. Regina aparentaba unos treinta y dos años, quizá alguno menos. Tenía la piel fina y cuidada, las manos rechonchas y cálidas, y los ojos, a pesar de ser de raza negra, los tenía de un gris muy claro. Era ciega. Duna aparentaba unos veintidós, era de constitución atlética y de carácter agradable y paciente, siempre con una leve sonrisa misteriosa en el rostro.

Las mañanas traían grandes atascos en las calles de la ciudad, a pesar de tener numerosos carriles en las zonas de más tráfico, por eso, muchos se movían con la extensa red de transporte público y los que optaban por lo particular solían escoger la moto. En uno de esos embotellamientos se encontraba Duna tras dejar el edificio de negocios. Lucía una moto de estilo deportivo de color negro con motivos rojos oscuros y se dedicaba a serpentear los coches parados. Cuando no pudo avanzar más, se acomodó en su asiento mientras se colocaba bien el casco. Era negro y no tenía ni un solo rasguño y de éste sobresalía su larga y negra cabellera. También llevaba una chaqueta de cuero negro con detalles rojos a juego con la moto, junto con unos guantes que se moldeaban perfectamente a los finos dedos de la chica.

Suspiró intentando no perder los nervios. El atentado terrorista de esa mañana había hecho que se demorara demasiado en replantear su día. Esa vez había ocurrido en un parque tranquilo de una de las muchas zonas residenciales de la ciudad y se había cobrado la vida de dos hombres de negocios poco importantes. El autor era el grupo rebelde llamado Los Visionarios, los más extremistas de la banda terrorista conocida como Libertad Mutante, la cual pensaba que la raza humana era inferior y debía desaparecer con lentitud, sufrimiento y dolor, ocasionando atentados con la función de introducir el miedo entre los habitantes y aniquilar a las personas “normales” hasta que no sobreviviera ninguna.

Miró el reloj, todavía tenía diez minutos para llegar, pero la calle era un completo caos. No es que le apasionara la carrera que estaba estudiando, pero ya que se había decidido por ésa, le dedicaría suficiente tiempo para obtener el título. Sociología no era una carrera aburrida, pero hacía algún tiempo que ya tenía bien claro como era la sociedad donde vivía y había perdido toda esperanza que algo cambiara con los medios habituales regidos por la ley.

Apretó el acelerador cuando se puso en verde adelantando a los demás. Ganó más velocidad y giró a la derecha, encaminándose por una fuerte subida que indicaba la entrada hacia la zona llamada El Bosque Sabio, la parte más tranquila y verdosa del enorme campus universitario y dejando atrás, por fin, la zona céntrica de la ciudad. Desde el primer día le gustaron aquellos alrededores; explanadas verdes llenas de flores, bancos por doquier, todo tan bien cuidado… También había muchos árboles de gruesos troncos que ofrecían frescas sombras y miles de conversaciones secretas entre pájaros. Todo aquello era como un bosque dentro de la ciudad, una zona de ensueños, puesto que costaba imaginar que estuviera en medio mismo de Draria.

Forzó un poco más la moto, puesto que si no lo hacía, quizás no tendría tiempo de pasarse por su taquilla para dejar el casco, la mochila con todo el vestuario para la clase de esgrima y el florete. Tan absorta estaba con las prisas que no vio al motorista que iba justo por delante a menor velocidad. Frenó como pudo y lo esquivó cayéndose hacia su lado izquierdo. El motorista frenó también y miró hacia Duna, teniendo la sensación de que ni la gravedad ni cualquier otra constante física actuaba en ella ni en la moto, viéndolos moverse con suma lentitud. Pero quizá sólo fue una sensación pues los dos cayeron al suelo arrastrándose unos metros.

Duna apretó su dentadura cuando se obligó a anular sus poderes y hacer que todo pareciera lo más normal. A pesar de que intentó parar el golpe, sintió una punzada en el costado y oyó a la moto chirriar descontenta. Se quedó quieta, oyendo su respiración agitada y las quejas de su corazón desbocado ante el imprevisto. Tuvo ganas de llorar de rabia, la mañana estaba resultando un tanto infernal. Pero apretó los puños sentándose con lentitud, comprobando que estuviera intacta. Sus ojos de un profundo azul claro se clavaron en la sombra que se acercaba. Era el conductor de la otra moto, así que intentó levantarse como pudo para disculparse. Podría haber creado un accidente más grave por su falta de atención, así que se disculparía con él.